Ramón, el cojo... o sencillamente Ramón
-¿Ramón, cuántas novias tienes?
- Diecisiete, respondía Ramón.
-¡¿Y maridos!?
-¿Cooooomo, qué va, yo soy un hombre?, señalaba falsamente molesto y alarmado.
Por dónde quiera que pasara esas eran las preguntas claves que acompañaban a Ramón, hechas fundamentalmente por niños que a pesar de recibir siempre idénticas respuestas, no se cansaban de escucharlas en la voz del carismático discapacitado.
Ramón tenía un encanto peculiar. No sé cómo se las arreglaba para estar en cualquier parte. Todas las calles de Sancti Spíritus lo conocían de memoria. Diariamente los cuatro puntos cardinales de la cuarta villa eran recorridos por Ramón en irrepetible prueba de resistencias.
No se imagine un robusto atleta de tricolor vestimenta entrenando para alguna competencia nacional o internacional. Nada de eso. Ramón era todo lo contrario, aunque sí había similitud con un deportista de alto rendimiento: su constancia y vitalidad.
Ramón era un negro, muy negro, de estatura pequeña. Ojos bien grandes que abría desmesuradamente en su cotidiano conversar. De dientes blancos, muy blancos, que relucían en su extraordinaria sonrisa. Parecía como si tuviera más dientes que lo normal. Y sonreía, casi siempre sonreía... pero eso sí, sus carcajadas eran contagiosas, estridentes... ¡Y de pronto se quedaba serio, muy serio! Para volver a la hilaridad constante otra vez.
Una sola de sus piernas tenía valor de uso. La otra no le faltaba, pero era muy corta y doblada hacia atrás. Parecía un elemento ornamental, pues para nada la podía utilizar. Ramón no usaba dos, sino una muleta que manejaba magistralmente auxiliado por un bastón.
No vayan a pensar que tenía endilgado el patronímico de Ramón, el cojo, ni mucho menos, ¡qué va! No hacía falta. Todos sabían que lo era pero... nada de Ramón, el cojo. ¡Para qué reiterarle tanto su impedimento! Era sencillamente Ramón y todos le identificaban. ¿Sus apellidos Fernández Pina? Tampoco hacían falta. ¡Sólo Ramón!
Tenía una poderosa fuerza magnética para los niños. Siempre estaba rodeado por ellos, o... por nosotros, pues también fui de los que coreó a Ramón. ¡Y algo muy importante! Jamás le escuché decir malas palabras o utilizar una ofensa para nadie. Era ejemplo de bondad, respeto y buen carácter.
Sentado en una acera, rodeado de niños, decía sus hiperconocidas adivinanzas.
-Oyeeeee, Ramón, ¿cuándo te vas a aprender otra? Se quejaban algunos, pues siempre eran las mismas adivinanzas. Sin embargo, paradójicamente, cuando quería ampliar su repertorio, entonces le hacían repetir las mismas de antes.
Pero Ramón no sólo se caracterizaba por sus excelentes relaciones con los infantes, sino que era punto fijo - como decimos los cubanos- en todos los mortuorios y entierros que acontecían en la ciudad. Era como un símbolo de relación o ansias de quedar bien con el principio y el fin.
Desde hace algunos años falta la necesaria presencia de Ramón por las calles espirituanas. Una caída lo inutilizó por largo tiempo y según sus familiares lo consumió la nostalgia al no poder estar como siempre, recorriendo la ciudad del Yayabo con su coro de niños buscando la respuesta de las novias, diciendo sus mismas adivinanzas o en su singular compañía con los viajeros del camposanto.
1 comentario
Luz Gabriela -
Pero..... no pudieron hacer algo por la salud de Ramon?.
Que a pasado con el?