El pueblo y aquellas primeras cosas de Fidel
Por Rafael Daniel
En la etapa más cruda de la Guerra Fría, organizada y emprendida por Estados Unidos contra la Unión Soviética, el campo socialista y todo lo que significaba progreso y emancipación para los humildes del mundo, llega el triunfo de la Revolución Cubana que muy pronto se convirtió en ejemplo y esperanza para los más olvidados del planeta, cautivada por el ideario martiano y por aquel glorioso Octubre de Lenin, inspirado en la obra teórica y dialéctica de Marx y de Engels
Con ella llegó el indiscutible líder que siguiendo los designios del Maestro se enfrentaba con valentía espartana Al gobierno de los Estados Unidos: el más feroz y encarnizado enemigo de los pueblos.
El nombre de Fidel, desde mediados del siglo pasado, ya se identificaba como el del paladín de la libertad y de un verdadero mesías que comenzaba a cumplir lo prometdo en el programa del Moncada.
Por primer a vez los desposeídos fueron dueños de algo. Vendrían las incipientes leyes revolucionarias de beneficio popular que muy pronto resintieron a la oligarquía nacional y lastimaron los mezquinos intereses del imperio.
Para los prepotentes vecinos del norte era inaudito que en una pequeña isla como Cuba, en sus propias narices, estuviera ocurriendo algo similar. Era la primera vez que triunfaba una Revolución verdadera en el continente americano y eso no podían perdonarlo.
Vendría la Reforma Agraria, después se abrió un proceso de expropiaciones, nacionalizaciones y confiscación de bienes mal habidos que afectaron fuertemente a la clase alta cubana y a algunas empresas estadounidenses. Inicialmente el Gobierno Revolucionario ofreció indemnizaciones pero en los Estados Unidos no las aceptaron.
La pérfida campaña anticomunista, como es costumbre, comenzó a satanizar a la Revolución y a sus principales líderes. Aparecieron así las traiciones de los blandengues y se iniciaron las presiones de todo tipo, sobre todo económicas, con la finalidad de ahogar al proceso.
Había que demostrar a toda costa, que “el comunismo es hambre, miseria y desolación”, campaña y pretensiones que se mantienen hasta nuestros días con el mantenimiento del criminal bloqueo contra nuestro país y similares estrategias aplicadas actualmente a los gobiernos progresistas de América Latina, con notable perversidad contra la República Bolivariana de Venezuela o con el malévolo desprestigio a los principales líderes populares como Nicolás Maduro, Dilma, Lula, Cristina, Evo, Daniel o Correa.
Antes lo hicieron con Chávez, a quien le propinaron un infructuoso golpe. Mientras, en Paraguay desaparecieron de la vida política a Lugo y en Honduras a Celaya, entre otros ejemplos demostrativos a los que no escapan los asesinatos de Emiliano Zapata y Pancho Villa en México, de Sandino en Nicaragua o el derrocamiento del gobierno de Jacobo Arbens en Guatemala, Janio Quadros en Brasil, y posteriormente la misteriosa muerte del general Torrijos en Panamá.
Aquellos, primeros años posteriores a la Revolución Cubana fueron decisivos en su consolidación. Vendrían momentos muy difíciles. Pero el máximo guía del pueblo continuaba allí, con la valentía que siempre le ha caracterizad, como todo un David, blandiendo su onda contra el poderoso Goliath.
El triunfante proceso daba fin a los explotadores. Los campesinos se hicieron dueños de la tierra usurpada, las industrias pasaban a manos del pueblo. En sólo un año se logró la histórica campaña de alfabetización.
Educación y salud gratis para todos, se eliminaban los casatenientes y se rebajaban los alquileres, entre infinidad de medidas, incluso, muy por encima de las previstas en el programa del Moncada y expuestas en el alegato La Historia me absolverá.
La campaña anticomunista era feroz, aún sin declararse oficialmente el carácter socialista de la Revolución. Recuerdo que, en su momento, hasta mi madre fue permeada por tal insidia, pues entre las absurdas acusaciones al proceso se encontraba que “le quitaban los hijos a las madres para mandarlos para Rusia a lavarles el cerebro” y muchas, sin el basamento ideológico necesario, enviaron sus hijos para Estados Unidos en la criminal Operación Peter Pan, objetivo al que no escapó mi progenitora, aunque afortunadamente se quedó sólo en el intento y despuiés se convirtió en una gran defensora de la Revolución.
Sin embargo, la inmensa mayoría del pueblo se mantuvo firme y en cada puerta de las casas se podía leer una pequeña placa rojinegra que decía “Esta es tu casa, Fidel” y una décima de autor desconocido se trasmitía a lo largo y ancho del archipiélago cubano:
“Si las cosas de Fidel
son cosas de comunista
que me pongan en la lista
que estoy de acuerdo con él “
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