Crónica a Sancti Spíritus, mi joven ciudad de cinco siglos
Iglesia Parroquial Mayor, construida en 1680,símbolo arquitectónco de la ciudad de Sancti Spíritus,
Texto y Foto Rafael Daniel
No recuerdo que los espirituanos hayamos tenido mayor sentido de pertenencia por nuestra ciudad. Es como si hubieran quitado una y puesto otra, pero con los mismos elementos que le identifican, ahora enriquecidoS con otros que hemos empezado a querer también.
Alguien fue a catalogarla y se le ocurrió decir que estaba maravillosa, otro que se encontraba exuberante, y alguien quiso emplear otro epíteto, pero… se detuvo, tartamudeó... no lo encontró y con tremendo conocimiento de causa, pues tiene total dominio de la lingüística, nos dijo que habría que inventar un vocablo que definiera con exactitud a la hermosa Ciudad del Yayabo.
Con ese monumental orgullo que sentimos por este pedacito de patria, le dimos toda la razón.
Se equivocan quienes expresan que la ciudad recupera la frescura de sus años mozo ¡No! ¡Va mucho más allá: ¡Está más linda que nunca! Y no corro el riesgo de que sea exagerada esta aseveración porque es el criterio compartido con miles de espirituanos y foráneos.
Otros no hablan, no dicen nada, con la sola complacencia de sus rostros lo expresan todo.
Y así no nos cansamos de recorrer sus calles, cámara en ristre como nueva arma de combate. La voluntad de sentir el éxtasis por lo hecho es mucho más fuerte que el añoso cansancio que pueda provocar un viaje a pie desde el Paseo Norte o Camilo Cienfuegos, con su fuente reconstruida y llegar hasta el Parque de la Caridad o Maceo, una de las primeras obras concluidas por el 500.
Cuando nos dirigimos al Parque Serafín Sánchez un haz multicolor de casas y establecimientos nos saluda a cada paso y al llegar a nuestro nuevo destino, nos detenemos como para pedirles perdón a las autoridades y trabajadores de diversos sectores por haber dudado en algún momento de la oportuna terminación de uno de nuestros monumentos arquitectónicos más importantes.
Y caminamos hasta el centro de su deslumbrante glorieta, ahora de mármol y desde allí divisamos el magnífico entorno al que no escapan la magnificencia de nuestra muy querida Iglesia Parroquial Mayor, la biblioteca, la Casa de Capdevila o de Mendigutía, hoy de la Cultura; el Hotel Plaza, la Iglesia Presbiteriana, o la que ocupa el antológico Museo de Historia.
Mientras hacíamos esto nos damos cuenta que alguien nos mira y sonríe, pero no con burla, sino con beneplácito compartido, pues ambos sin darnos cuenta, girábamos extasiados, como las manecillas del reloj de la vetusta parroquia.
Atravesamos el boulevard de la calle Independencia que no puede perder su nombre, pues más que una simple denominación es un concepto; escoltado por una nutrida vegetación en recipientes de barro. Al frente crece ante nosotros la majestuosa Colonia Española y algo más acá el novedoso hotel Don Florencio, terminado en su nueva etapa.
Es imposible describir todo lo que vemos, no contamos con el espacio necesario, pero no podemos dejar de mencionar en nuestro periplo a la kilométrica Avenida de los Mártires, ahora extendida hasta el Estadio José Antonio Huelga, o al remozado Paseo de Colón.
Mientras, sentimos a nuestras espaldas al simbólico Teatro Principal, la calle Llano o la nueva de piedra que acaricia por uno de sus costados a la Quinta Santa Elena, mojada por las aguas del Río Yayabo.
Hay mucho más, pero lo más importante es cómo late el corazón de los espirituanos con fuerza renovadora, con ese sentido de pertenencia propio de quienes amamos lo que tenemos y los que estamos y convivimos aquí en la permanente quinceañera ciudad, compartimos la felicidad de los ausentes que nos visitan perplejos por lo que ven, tocan y sienten y la de quiénes no han venido, pero reciben la constancia gráfica de todo lo que se ha hecho.
Así es mi ciudad, mi linda ciudad, mi siempre añorada ciudad, mi ciudad de siempre, esa misma que, aun cuando no estamos, llena todos lo espacios de nuestros más apreciados recuerdos y apasionados sueños
2 comentarios
Icela Lightbourn -
Saludos,
Icela
Angel Moya -